Existió una vez un hermoso castillo de escarpadas paredes que, como por arte de magia, emanaban de las rocas que conforman sus cimientos. Poseía grandes almenas siempre vigilantes a los indeseables pero constantes asaltos, manteniéndose inhiesto, orgulloso, en el horizonte.
Sus ventanas lucían maravillosas vidrieras confeccionadas por los mas avezados artesanos de la época, representando paraísos ya perdidos pero que, no obstante, el pasajero se extasiaba en su contemplación; así eran de bellos ….. Unos representaban los mas variopintos pasajes de caza, con valientes perros de presa empeñados contra el bravo jabalí, otros mas bien parecían retener idílicos paisajes, donde los amantes bien podrían regocijarse en sus escarceos bajo la atenta mirada de las mas variadas y multicolores aves.
Estaba este Castillo situado en una colina prominente, rodeada de frondosos bosques que en verano hacían la delicia del caminante. Desde sus almenas se alcanzaba a divisar toda suerte de cultivos y regadíos de la comarca y, bajo sus muros, colindando con ellos, el mas afamado jardín.
Poseía este, flores de todo tipo las cuales rivalizaban entre si en su belleza, siendo perennes en todas la épocas del año por arte de los mas afamados jardineros que, orgullosos de trabajar tan preciado edén, se esmeraban en su cuido al punto que lo mimaban permanentemente, durante todos los días y sus correspondientes noches.
Debido a esos cuidos, regalaba al Castillo y sus alrededores, el mas exquisito de los olores que, en noches apacibles de verano llegaban a embriagar a los amantes.
Este Castillo y su jardín, era el mas delicioso paraje que mortal alguno pueda conocer. . . . . . .
JRMéndez